jueves, 24 de julio de 2008

Cenicienta de marcha

No podía terminar de vestirme, porque el imbécil seguía mirándome.

- Vete a la mierda, imbécil, y déjame arreglarme en paz.

El imbécil arrugó su cara pequeña de niño grande y salió, dolido.

Había quedado con mis amigas en un local de moda del centro. Me miré al espejo, al terminar. Ni las medias de rejilla ni el vestido negro, corto, que marcaba cada una de mis curvas, permitían entrever la mugre y la mierda en que vivía.

Pero el hechizo de cenicienta se rompió pronto, aunque no a las doce, sino a las cinco de la madrugada, cuando un coche rojo se detuvo frente al portal, con un chirrido. Salí tambaleándome y el coche se marchó, dejándose las ruedas en el asfalto. Caí de rodillas, con carreras en las medias y corrido el rimel, rota, impotente y sucia.

De las sombras del portal surgió el imbécil, que me ayudó a llegar a casa, con palabras cariñosas. Como siempre desde que, con nuestra madre muerta, nos abandonó nuestro padre.

Hace ya cien años,... aunque sólo fue hace cinco.

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