lunes, 24 de noviembre de 2008

Que mi mano no te hiera

Mientras me abalanzo sobre ella,
pienso que ya no está, sueño que ya se ha ido.
Que no he de segar su vida, para recuperar mi equilibrio.
Que nunca me besó, que nunca habló conmigo.
Que nunca intentó dejarme, para seguir su camino.
Que no me cegaron los celos, que no me nubló el vino.
Que tuve el valor de no matarla, de ni haberlo concebido.
Que sólo de pensarlo, me matara yo a mi mismo.
Pero ya avanza el cuchillo…, ella lanza un grito,
un segundo su rostro me frena, tropiezo, caigo sobre el filo.
La sangre es al final la mía…, mi plegaria se ha oído.

domingo, 19 de octubre de 2008

El espejito

Cuando llegaron a aquel pueblo, tan lejos de casa, amigos y familia, ella sintió que todo se le venía encima. Hasta que empezaron a suceder cosas: un cuadro cambiaba de lugar, unos cajones aparecían abiertos… y el espejito. Cada noche ella lo guardaba en el cajón y cada mañana aparecía sobre la mesilla, esperándola despertar. Su marido decía que eran imaginaciones suyas, tonterías, pero aquella presencia en la casa, aquella magia, la hacían extrañamente feliz.

Como cada noche, dejó el espejo en el cajón y cerró los ojos. Cuando escuchó su respiración acompasada, su marido abrió el cajón con cuidado…

martes, 23 de septiembre de 2008

Misa de 12

Y se vistieron para la misa de 12.

Cuando llegaron a la iglesia, la puerta ya estaba abierta. Sus pasos resonaron en la nave desierta como ecos de muchos otros pasos, olvidados ya hace tiempo. Un anciano sacerdote apareció de la sacristía caminando pesadamente y ofició la misa. Al salir, vieron que había una persona en la penumbra de los últimos bancos. Fue tras ellos.

- Sólo quedan ustedes tres en el pueblo? - les preguntó.

- Sí. Los jóvenes se marcharon, los otros murieron… - contestó la mujer- ¿Y sabe lo mejor? Ni siquiera somos creyentes. Pero si no, ¿qué iba a hacer el padre Anselmo?

jueves, 4 de septiembre de 2008

Dominó

Cojeando, Pedro se esforzó por alcanzar la fila de niños que regresaban del recreo. Le dolían los golpes del matón de la clase, pero más la rabia y la impotencia. El matón ya estaba en la fila y recordaba la paliza que su padre le dio con el cinturón la noche anterior, sin aviso previo ni motivo real, a las que ya estaba acostumbrado. El motivo de su padre no era lo que Oscar había hecho, sino la arbitraria bronca de su jefe, la enésima de este mes. Pero es que su jefe no podía evitar gritar en el trabajo, crispado tras una noche de peleas con su mujer.

Pero cuentan que un día Laura vió en su marido al hombre que amó y le trató con cariño. Al día siguiente, Luis felicitó merecidamente a Antonio por su trabajo. Antonio volvió a casa y jugó con su hijo Oscar más de una hora. Oscar, a la mañana siguiente, invitó a Pedro a jugar con ellos al fútbol.

Como en un dominó.

jueves, 31 de julio de 2008

Desaparecido

Abrumado por tanta responsabilidad, el animal había huido.

Últimamente parecía agobiado, pero nunca imaginó que desaparecería así, sin un rastro, sin una palabra. Le buscaron durante meses, sin éxito. A sus hijos, de 4 y 6 años, les dijo que su papá había partido en un largo viaje, que tardaría en volver. Ahora, diez años después, lo tenía allí delante. La mujer tenía un leve parecido con ella. Le acompañaban dos niños, de unos 4 y 6 años. Parecía agobiado. Se quedó allí, clavada, sin saber que hacer.

De repente, dio media vuelta y se marchó sin que él la viera. Por ella, podía seguir muerto diez años más.

jueves, 24 de julio de 2008

Cenicienta de marcha

No podía terminar de vestirme, porque el imbécil seguía mirándome.

- Vete a la mierda, imbécil, y déjame arreglarme en paz.

El imbécil arrugó su cara pequeña de niño grande y salió, dolido.

Había quedado con mis amigas en un local de moda del centro. Me miré al espejo, al terminar. Ni las medias de rejilla ni el vestido negro, corto, que marcaba cada una de mis curvas, permitían entrever la mugre y la mierda en que vivía.

Pero el hechizo de cenicienta se rompió pronto, aunque no a las doce, sino a las cinco de la madrugada, cuando un coche rojo se detuvo frente al portal, con un chirrido. Salí tambaleándome y el coche se marchó, dejándose las ruedas en el asfalto. Caí de rodillas, con carreras en las medias y corrido el rimel, rota, impotente y sucia.

De las sombras del portal surgió el imbécil, que me ayudó a llegar a casa, con palabras cariñosas. Como siempre desde que, con nuestra madre muerta, nos abandonó nuestro padre.

Hace ya cien años,... aunque sólo fue hace cinco.