Y se vistieron para la misa de 12.
Cuando llegaron a la iglesia, la puerta ya estaba abierta. Sus pasos resonaron en la nave desierta como ecos de muchos otros pasos, olvidados ya hace tiempo. Un anciano sacerdote apareció de la sacristía caminando pesadamente y ofició la misa. Al salir, vieron que había una persona en la penumbra de los últimos bancos. Fue tras ellos.
- Sólo quedan ustedes tres en el pueblo? - les preguntó.
- Sí. Los jóvenes se marcharon, los otros murieron… - contestó la mujer- ¿Y sabe lo mejor? Ni siquiera somos creyentes. Pero si no, ¿qué iba a hacer el padre Anselmo?
martes, 23 de septiembre de 2008
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